El despegue es increíble y el viaje maravilloso.
Se siente la vida misma al cien por ciento y te haces mejor persona.
Descubres cosas en ti que nunca pensaste que habían dentro de esa cáscara,
bajo esas mil y una malditas máscaras que el resto te obliga a poner.
La dicha misma ha tocado tu puerta, eres quien eres y da lo mismo.
Eres feliz así.
El problema es el aterrizaje. Para algunos no es tan grave.
Para otros, el tren de aterrizaje no sirve, viéndonos obligados a pegarnos un porrazo.
El porrazo de los tontos, el porrazo de quienes creen que su vida está en los cielos.
No se recuerda el viejo dicho "todo lo que sube debe bajar".
Y la ceguera nos juega una mala pasada.
El porrazo nos deja con heridas, y duelen mucho.
Y lo que más arde, como sal en una herida abierta, es darnos cuenta que todo ese lapsus
ha sido un sueño de Tristes Maravillas.