Al pasar por ahí, al atardecer, cuando los últimos rayos de sol se iban apagando lentamente, lo veía sentado. Un gran perro negro azabache, corpulento, de pelaje brilloso. Era hermoso, pero sin embargo transmitía algo que no sabría especificar, no era miedo, pero era algo lúgubre.
Era probable que haya sido la posición en que estaba, frente a una gran casa antigua, mal cuidada, con las ventanas cerradas con un inmenso patio delantero invadido por la tupida maleza y vegetación en general. Las ramas de los árboles crecían como brazos famélicos, haciendo trazos con errantes ángulos obtusos que provocaban sombras de diferentes formas, espantosas formas. Sin embargo se podía apreciar una gran alfombra de pasto verde en todo ese pedazo y en medio de todo este paraje, el perro. El perro, el protagonista del paisaje y del negro sentimiento. No miraba hacia la calle, sentado en medio del antejardín observaba hacia la casa. No se movía, se mantenía tieso, sentado de forma perfectamente simétrica observando fijamente hacia el segundo piso de la vieja casona.
Muchas veces al pasar, a través de los reflejos de las viejas ventanas del primer piso, se lograba ver una siniestra luz dentro. Quizás de muy baja potencia o probablementa podría ser la luz de una vela, aunque su apariencia podría encajar más con la primera alternativa, ya que era una luz amarilla pálida que se perdía en la oscuridad. Aún así el can seguía observando fijamente hacia el segundo piso, ni por un segundo quitaba su vista de allí.
No crean que la curiosidad no me invadía, muchas veces me quedé casi igual que el perro, observando qué podría ser lo que con tanta admirable dedicación observaba, pero luego de unos minutos me largaba, pensaba que los moradores que emitían la luz en el primer piso y los probables dueños del can, podrían pensar que yo haya sido un ladrón tratando de encontrar la forma de entrar a la casa.
Pasaron unos meses antes de volver a hacer mi recorrido por ese lugar. Para mi gran sorpresa, en vez de haber una gran casona vieja, con un antejardín lleno de maleza, alfombra de césped y el perro negro en medio; sólo vi un terreno llano, donde sólo se podía apreciar parte de los cimientos de lo que alguna vez fue una casa. No había ni resquicios de que eso haya sido un gran jardín. Ni tampoco había rastro alguno del negro can.
Atónito me acerqué al terreno y encontré al cuidador vespertino que estaba en una caseta improvisada a la entrada.
- ¿Qué pasó aquí?
- ¿Aquí? - me respondió sorprendido.
- Claro, aquí. Aquí solía haber una gran casa con un perro.
- Se demolió todo para construir un edificio, la casa estaba... bueno deshabitada. - me dijo.
- ¿Deshabitada? pero si yo vi luz dentro hasta hace poco, y había un gran perro en el antejardín.
- Desconozco lo que usted me dice joven. - dijo con calma, para luego cambiar el tono de voz como si me fuera a contar un secreto. - Podríamos decir que en esta casa ocurrió una tragedia. Aquí vivía una anciana sola. Al parecer no tenía parientes ni nadie cercano y falleció mientras dormía. La encontraron días después en su habitación, en el segundo piso de la casa.
Aún más sorprendido, pero esta vez macabramente sorprendido, me quedé un momento en obligado silencio.
- ¿Y el perro que estaba en el jardín? ¿qué pasó con él? ¿se lo llevaron? - atiné a decir, ya que fue lo primero que se me vino a la cabeza.
- ¿Por qué me insiste con el perro?, aquí no había ningún perro cuando demolimos, probablemente se lo llevaron durante el procedimiento que hicieron en el lugar. Aunque tengo entendido que no había nadie más que esta anciana.
El hombre se quedó pensativo un momento.
- Ahora que recuerdo, al hacer los trabajos encontramos restos de una mascota enterrados en el antejardín justo frente a la puerta de entrada, por el tamaño intuyo que era un perro. Pero temo decirle que llevaba tiempo allí, mucho más de un par de meses.